jueves, 6 de noviembre de 2008

LITERATURA FANTÁSTICA ESPAÑOLA

DOS NOVELAS GALLEGAS EMPARENTADAS:
"LAS GALERAS DE NORMANDÍA" Y "EN SALVAJE COMPAÑÍA", DE RAMON LOUREIRO Y DE MANUEL RIVAS, DOS DELIRIOS FANTÁSTICOS Y POÉTICOS GALLEGOS. LA PRIMERA MERECIÓ PARA EL CRÍTICO DEL ABC LITERARIO SER DEFINIDA COMO UNA OBRA MAESTRA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA, COMIENZA ASÍ;"Y ahora al entrar en la sacristia ve que sí,que también eso es cierto; que las paredes están llenas de ojos, de bocas y de manos, de pinturas que nadie pudo pintar salvo los muertos y que parecen nacer bajo los tabiques, no sobre ellos, como si viniesen del suelo y subiesen por la cal de los muros buscando algun lugar donde asomarse a la luz, tal vez esa castigada mansarda sin cristales, abierta a los temporales del mar de poniente, que aguarde por las Negras Galeras de Normandia.

DOS MUJERES:
Pilar Pedraza y Cristina Fdez Cubas, dos mujeres interesantes de la narrativa española contemporanea en el ámbito de lo fantástico. Una con sus novelas sobre todo y la segunda con sus relatos La primera con novelas de protagonistas típicos del terror de todas las épocas y la segunda con el sello de lo fantástico trasladado a nuestra época, a la vida cotidiana.
Esperemos que nos den lo que esperamos de ellas, lo que espera Paco por lo menos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sobre Las galeras de Normandía tienes en la Red una crítica muy interesante de Ángel Basanta en El Cultural de El Mundo, además de la de Miguel García-Posada del ABC.

Anónimo dijo...

En la tierra de Escandoi

Por Miguel García-Posada.

El universo mítico gallego ha tentado en nuestro tiempo a creadores de primera magnitud, valgan los nombres de Valle-Inclán, Cunqueiro, Cela y Casares, entre otros. Una de las últimas indagaciones poéticas en ese mundo fue la que Cela llevó a cabo de forma magistral en Madera de boj. Algo de la construcción polifónica del texto celiano se deja sentir en esta formidable Las galeras de Normandía («As galeras de Normandía»), publicada originariamente en gallego por Ediciones Xerais y ahora editada en castellano, con magnífica traducción del propio Ramón Loureiro (1965).

No somos partidarios de los adjetivos encomiásticos porque a menudo rozan la hipérbole y la actualidad es mala consejera; pero en esta ocasión no tenemos empacho en proclamar la condición de obra maestra de Las galeras, su naturaleza excepcional, que hace de ella una de las obras de mayor peso de las literaturas hispánicas en los últimos tiempos.

En la tierra de Escandoi -argumenta el texto- vive Henrique de Caldaloba, príncipe de Dúas Cabezas y Merlín Nigromante (también Manolo, Manolo Merlín), que sueña con la reconstrucción de la Última Bretaña, la Galicia del Norte, que solo será posible cuando vuelvan las galeras de Normandía, «para vengarnos a todos», para recuperar el territorio primordial, arquetípico, y restablecer los valores de la tierra y la cultura gallegas, aunque importa advertir que no nos hallamos ante una Galicia exclusivamente rural.

Viento de voces. La historia que vertebra Las galeras es «confusa» y «clara la pena» -su visión-, como quería Machado que fuesen los poemas. La «confusión» empieza por lo más elemental: ¿tienen existencia real los personajes o son espectros regresados del mundo de la muerte? Se trata, en efecto, de una «novela de fantasmas», como la llama el autor, que también la califica, atinadamente, de «novela de viento de voces, fábula de nombres que cambian como si fuesen máscaras y de muy animadas especies de fantasmas», que designa la construcción polifónica de la novela, su juego de disfraces y su vinculación al mundo de la muerte.

El germen de la acción se encuentra en las misteriosas pinturas que aparecen en las sacristías de algunas iglesias («pinturas que nadie pudo pintar salvo los muertos y que parecen nacer bajo los tabiques, no sobre ellos, como si viniesen del suelo y subiesen por la cal de los muros buscando algún lugar donde asomarse a la luz...»). A partir de esta genuina hipótesis, se pone en funcionamiento una fantástica fantasmagoría, una maravillosa zarabanda o delirio o carnaval, y apoteosis de la muerte -una muerte viva-, que bucea en la mitología y aun en la mitografía gallegas: supersticiones, leyendas, procesión de las ánimas, príncipes, negociantes, comerciantes, hombres de cruel destino, mujeres perseguidas, y personajes de nombre simbólico o procedentes de oscuros martirologios, más una multitud de figurillas como de un retablo, de incontables tipos populares o típicos de Galicia, que perfilan una novela coral.

Máxima exigencia. Esta intromisión constante de la muerte en la cotidianidad, con la consiguiente ruptura de los nexos lógicos narrativos, determina una lectura que podría ser ardua si no estuviera compensada de sobra por una prosa bellísima, de poesía profunda y sabia, maravillosamente articulada, dotada como está de evidente agilidad rítmica, que ofrece cuadros y escenas y cuentos de tanta plasticidad como raigambre popular -aunque puedan ser creación propia-, de manera que, al margen de cuáles sean las fuentes que maneje el autor, todo tiene no sólo ese invocado poder de subyugación estética sino aún más: el autor acaba por asumir la figura del juglar, del cantor de tradiciones y memoria popular. Loureiro escribe, sí, del pueblo y «para el pueblo», pero en un nivel máximo de exigencia moral y estética, como sólo saben hacerlo los grandes escritores.

De este modo, Loureiro trasciende su condición de autor literario para devenir voz de epos. Así, el cierre (las galeras normandas se acercan a la Galicia del Norte y deben al cabo desistir por falta del suficiente apoyo) traza, entre irónico y desencantado, el destino históricamente frustrado de Galicia, su condición de pueblo o cultura que no ha cumplido su destino. Y todo sin la menor concesión a la demagogia, al populismo o al nacionalismo. Anotamos páginas especialmente memorables, como la descripción del ejército del príncipe de Dúas Cabezas.

Anónimo dijo...

Las galeras de Normandía
Ramón Loureiro
Trad. del autor. Edaf, 2007. 296 pp.

“Novela de viento de voces, fábula de nombres que cambian como si fuesen máscaras y de muy animadas especies de fantasmas, romance de la última Bretaña”. Así presenta Ramón Loureiro (Sillobre, La Coruña, 1965) su afortunada novela Las galeras de Normandía, publicada en gallego en 2005. En efecto, se trata de un texto polifónico en el que se oyen voces de vivos y de muertos en sobrenatural convivencia, como si de un coro fantasmal se tratara en su alucinante recorrido por tierras de la última Bretaña, en espera de la llegada redentora de las galeras de la Bretaña francesa para firmar con los duques normandos un pacto que ponga fin a la tiranía.

Todo comienza con la extraña aparición de unas pinturas en las paredes de la iglesia del Santo Adrián de Loxe que sólo pueden haber sido pintadas por los muertos, pues nacen bajo los tabiques, y suben por la cal de los muros buscando una salida a la luz. Este motivo recurrente vertebra el texto coral de esta novela abierta a múltiples interpretaciones relacionadas con el mítico territorio galaico, literariamente fecundado por Cunqueiro, Torrente Ballester, Méndez Ferrín y Casares, homenajeados en esta hermosa novela. Su esqueleto argumental se apoya en el fantasmagórico recorrido del ejército de liberación mandado por el príncipe de dos cabezas Henrique de Caldaloba y formado por simpatizantes vivos y muertos, con nobles y hombres del pueblo unidos por la llamada de una “nación sin tierra, hecha de sueños”. Hasta que, completado el viaje desde la Chaira lucense hasta la ría de Ferrol, a donde deben llegar las galeras normandas, todo acaba en fracaso.

Tanto en su consideración como ambiciosa novela cuya historia hunde sus raíces en una Galicia mágica, a la vez que pone de relieve problemas reales (corrupción, inmigración ilegal, reconversión laboral de los astilleros ferrolanos…), como en la legítima interpretación alegórica de su contenido en relación con un país condenado a la eterna espera de su salvación, descubrimos en Las galeras de Normandía un texto muy complejo, rebosante de fascinación y sabiduría literaria enriquecida por lúdicos apuntes metanarrativos, muy galaico por la raigambre valleinclanesca de su carnaval errante de voces y máscaras unidas por un destino colectivo, por la integración de mito, leyenda y realidad y por la cuidada combinación estilística de aliento épico, lírico y el quiebro irónico. Dicha imaginería carnavalesca se manifiesta en todo el relato. Y se impone al final, cuando irrumpen dos figuras en una Harley Davidson conducida por un motorista aficionado a los puros (Carlos Casares) y, como acompañante, un catedrático con lentes de culo de botella y magnetófono al hombro (Torrente Ballester).
Ángel BASANTA