martes, 3 de marzo de 2009

UNA ESCRITORA DE RAZA y CON CIENCIA

A algunos nos gustaría ser el chico del perfume, pero ese será un deseo que solo podremos disfrutar en sueños mientras leemos este relato de Maris.


El chico del perfume por Marís Fernández de Soto

Ayer soñé. Soñé algo raro. Algo muy real, que sé positivamente que nunca ha ocurrido y sin embargo forma parte de mis recuerdos más intensos. Soñé que de camino al trabajo me dormía en el metro y al despertar no reconocía el vagón en el que estaba ni las estaciones por las que viajaba. El resto de los viajeros eran chinos o de rasgos asiáticos y yo, no entendía qué estaba pasando. Y me asustaba. Quería despertar pero no podía, me pegaba en las piernas, me pellizcaba las mejillas pero el vagón era real y las personas de rasgos asiáticos también. Un chino muy guapo, de esos que se ven en los anuncios de perfumes, todo trajeado pero informal, me dijo que estaba en la estación de Admiralty y me preguntó que a dónde iba. No lo sé. Respondí inquieta. No sé ni dónde estoy, murmuré. Entonces se rió y dijo: en Hong Kong, cómo no lo vas a saber. Miré el reloj y pensé que llegaría tarde a trabajar, eran las 9:10. ¿Se te ha parado el reloj?, me preguntó. No, contesté desconfiando de tanta intromisión. Es que son las 15:10, me dijo enseñándome la esfera del suyo. Me quedé pensativa sin saber qué hacer. Evidentemente ya no llegaba al trabajo, me debía de haber quedado dormida varias horas. Habrán estado toda la mañana preguntándose que dónde me he metido. Miré mi móvil por si tenía alguna llamada perdida pero a pesar de que tenía cobertura no tenía ningún mensaje. Yensuang, que así se llamaba el chico guapo del perfume, me dijo que me bajara con él en la estación de Central, y desde allí, él me podría indicar cualquier dirección hacia la que quisiera dirigirme. “Coge el viejo tranvía”, me sugirió alegremente según salíamos del metro. “El Tranvía del Pico’; es lo que hacen todos los turistas”. Miré a la derecha y vi unas taquillas donde ponía: ‘Tramp to The Peak’ y debajo, había expuestas varias fotos de una ciudad que aunque, no me detuve a observar bien, parecía Nueva York. Creí que me tomaba el pelo y sin mirarle le dije: no me interesa. Pero él insistió: te va a gustar; desde arriba hay unas vistas preciosas. Creo que ni siquiera escuché lo que dijo pues en ese momento caí perpleja en el paisaje que se erguía a mí alrededor: una ciudad llena de rascacielos completamente ajena a mí. Y me entraron convulsiones y sudores fríos. Cogí inmediatamente el móvil y llamé a mi madre: ¡Hola hija, qué tal por Hong Kong…! Colgué tan rápido como pude sin pronunciar una sola frase, el corazón me latía con tanta fuerza que pensaba que me iba a estallar. Yo no estaba, ni quería estar, en ningún sitio raro ¡Yo no estoy en Hong Kong! ¡No he venido a Hong Kong y no quiero estar en Hong Kong!



Toma, me dijo el guapo del perfume, he sacado dos tickets para subir en el tranvía hasta el Pico y... ¡Déjame en paz! Le grité con todas mis fuerzas sin dejarle acabar la frase… Me eché a llorar. Tiene que ser un sueño. Tiene que serlo. No puede ser otra cosa, yo no estoy en Hong Kong, tendría que estar ahora mismo en el trabajo llamando a mis proveedores y sin embargo llamo a mi madre y resulta que… Cógelos, me dice Yensuang, y si lo prefieres ve tú sola, yo no quiero molestar... Casi doblaba la esquina cuando le llamé. ¡Espera! Le rogué, pero siguió caminando. Intenté subir la voz para que me oyera. Y a la segunda llamada se volvió.



Las vistas, como él dijo, eran increíbles. Corría un viento fuerte que sofocaba un poco el calor y resultaba sumamente agradable. En mi ignorancia, desconocía por completo que la isla de Hong Kong tuviera tantos rascacielos tipo Nueva York. Desde esa altura daban ganas de tirarse y volar por encima de todos ellos contemplando la ciudad. La que tienes en frente es la península de Kawloon, y a nuestra izquierda, aunque desde aquí no se ve, está la isla de Lantau donde está el buda Tian Tan, que en su día fue el buda más grande del mundo. Y por allí, dijo señalando el horizonte, está Macao, la excolonia portuguesa con sus casinos y casitas coloniales. Deberías ir a visitar Macao, es una isla muy interesante, dijo con convicción. Sí debe de serlo, pensé, pero no sé ni qué pinto en Hong Kong, como para irme a esa otra isla portuguesa. Nos quedamos contemplando las vistas en silencio durante un rato, hasta que Yensuang sugirió volver, pero no utilizando otra vez el tranvía, sino paseando por el camino del bosque. Accedí. Ya todo me daba igual.

Bajamos despacio, sin hablar, contemplando el follaje, disfrutando del entorno; había árboles gruesos y altos con troncos reverdecidos de tanta humedad, parecía un bosque encantado. Pero era extraño caminar entre esa naturaleza agreste sabiendo que al final te esperaba una ciudad de punzantes rascacielos. “¿Qué quieres hacer ahora?” Me preguntó. “Irme a casa”. “¿Y dónde vives?” “En Madrid, ¿sabes dónde está?”. “Claro, todo el mundo sabe donde está el Prado o el Bernabeo.” “Bernabeu”, le corregí. Hubo un silencio. “¿Sabrías cómo hacerme llegar hasta allí?”. “Cogiendo un avión”, me respondió. No era la respuesta que yo esperaba. Yo esperaba que se mirara sus bambas de cuadritos negros y rosas, y con dos golpecitos de talón me hiciera llegar por arte de magia a España. “Si quieres…”, dijo con tristeza, “…te acompaño al aeropuerto. Lo mejor es coger el metro; la línea del Airport Express. Estaremos en el aeropuerto en 40 minutos”.

Según descendíamos por las escaleras mecánicas que conducían al andén del Airport Exress, me llamó la atención que las paredes estuvieran llenas de carteles enmarcados con anuncios de todo tipo, muy parecidos a esos que hay en el metro de Londres sobre musicales, teatros, bancos, restaurantes…, pero aquí estaban escritos en caracteres chinos, y para unos ojos occidentales, llamaban mucho más la atención, luego además, en la megafonía, se oía el famoso ‘mind the gap’ con la misma entonación e incluso la misma frecuencia de voz, diría yo, que en Londres. “No es de extrañar”, me dijo Yensuang indiferente”, “es otro de los muchos legados británicos, la primera línea de metro la abrieron ellos en 1979, desde entonces el metro ha crecido mucho”.

Una vez en el Airport Express, me fijé en que en la parte de arriba del vagón, había una línea azul electrónica que se iba trazando según el tren avanzaba por las estaciones, indicando el lugar en el que exactamente nos encontrábamos en cada momento. Yo no le quitaba ojo. Estaba intranquila, y aunque mi pesadilla parecía que se acercaba a su fin, no me fiaba, y quería saber, a cada momento, dónde me encontraba y cuánto faltaba para llegar al aeropuerto. “No te va a servir de nada que mires ahí”, me dijo Yensuang. “¿Porqué?”, contesté escéptica. Pero rápidamente abandoné mi escepticismo cuando me preguntó si en los 30 minutos que llevábamos de trayecto me había enterado a caso de que habíamos cruzado dos veces el mar. ¡El mar!, ¡dos veces! dije sorprendida. Sí, dos veces. Me quedé sin palabras, y reconocí que realmente me encontraba fuera de todo control temporal y geográfico de mí misma. ¡Dios mío!, me alerté de repente, ¿en qué año estaremos?, me dio por pensar, pero estaba tan cansada y me daba tanto miedo la respuesta, que entre que me decidía, o no, a hacer la pregunta, me quedé dormida. Al despertar, no estaba Yensuang, ni el Airport Express, ni las caras con rasgos asiáticos, sino más bien ibéricos e inconfundiblemente familiares. Estaba en mi línea 10 llegando a mi estación de Plaza de Castilla donde me bajo cada mañana para llegar a mi oficina. Llegaba tarde, sí, llegaba diez minutos tarde, pues eran las 9:10. Definitivamente me debí de quedar dormida en el trayecto, pero no durante horas sino durante…, un rato, largo…, me imagino… Sí, lo suficiente como para poder haber urdido tan extravagante sueño.

Caminé aliviada y decidida desde la boca de metro hasta mi oficina, iba pensando en mi estrambótico sueño cuando de repente me paré en seco. Me quedé boquiabierta ante un panel de anuncio donde aparecía un chico muy guapo de rasgos asiáticos anunciando el último perfume de Yves Saint Laurent: era, sin duda alguna, Yensuang.

Al llegar a la oficina tras quince días de vacaciones, todos me preguntaron que qué tal: “¿qué tal en Hong Kong…?”. ¡Yo no he estado en Hong Kong! estuve apunto de decir. Pero me callé. ¿Había metido en mis sueños al chico guapo del perfume?, ¿o había conocido en Hong Kong al chico de mis sueños?

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