sábado, 28 de febrero de 2009

QUE VENGA LA LLUVIA A LAVAR NUESTRAS HUELLAS de un camino equivocado.-

Este poema de J.C. Diaz nos da la medida de lo qiue significan la naturaleza y la casa natural de nuestra especie, para el espíritu que habita hasta en los corazones más coriaceos.

Llueve
Juan Carlos Díaz

Llueve. Ha dejado de llover.
La hierba está encharcada. La pisada
expulsa agua hacia la superficie. En la montaña
la niebla se dispersa como bocanadas de humo.
Los pájaros (gorriones y rabilargos) comienzan a salir.

Es un prado liso, tan liso
que obliga a los charcos a formarse en las lindes,
las mismas sirven luego, en verano,
para regar las huertas. El prado está vallado
de piedra, donde se crían, con la pureza del aire
musgos de verde ceniciento. Si presionamos con los dedos
expulsan el agua de su interior.

Un iglesia linda con el parque infantil.
En breve se llenará de niños desobedientes,
incapaces de aceptar la prohibición "de tener
cuidado para no mojarse". Llegarán a casa
empapados y todo pasará con una regañina
y algún constipado.

El aleteo de los pájaros, el marchar de las nubes,
el correr del agua por las laderas,
el goteo de las hojas de los árboles,
el griterío de los críos
y los motores de los vehículos, se concentran en el aire,
como si la humedad fuera pequeños cubitos
de presente armonía completa.

No encontré lágrimas para mis ojos,
ellas estaban donde siempre quisiseron estar

en el prado, en la ladera, en la lluvia y en las nubes.


ES LA CASA DE JUAN CARLOS de lo que nos hablan los poemas de este sublime escritor, la casa que es de todos, pero de la que solo unos cuantos heroes, como Juan Carlos, se hacen responsables.

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