miércoles, 28 de abril de 2010

UN RELATO de Maria Jose Cadenas

SOBRE LOS TEJADOS
por María José Cadenas, pintora, escritora y pianista.



Era una mañana extraña y lluviosa en la ciudad. Una ciudad en la que apenas llueve, soportaba aquel día y a aquella hora algo así como un diluvio universal.

Y allí estaba yo, atrapada bajo aquel huracán. Las plantas de la terraza se movían bajo aquel viento y chocaban con los cristales emitiendo un ruido monótono y acechante. Y no tuve más remedio que salir al exterior a comprobar la sujeción de los tiestos, y tranquilizar mi carácter preocupadizo que ya imaginaba algún fallecido en la calle, muerto por la caída de un tiesto de mi terraza sobre su cabeza.

Cada día intentaba ser diferente, dejar de preocuparme por todo, pero acababa sucumbiendo a mí misma y repitiendo mil comprobaciones que evitarían catástrofes. Sí, yo era así y no tenía más remedio que soportarme. Además mis genes no habían sido elegidos por mí, y se parecían a veces más a mis donantes que a mí misma.

Sobre el pijama me puse el abrigo y cogí un paraguas. Subí a la azotea, todo parecía estar bien y me sentí tranquila. Entonces miré al frente, a la ciudad que se extendía hacia la lejanía, oscura, neblinosa, hermosa. Mantuve la mirada fija un buen rato hacia aquel horizonte urbano y protector, mientras la salamandra, mi salamandra, pasó como una exhalación junto a mis pies. Fui consciente entonces de que mis pies estaban empapados y corrí a refugiarme.

Aun no había desayunado.

Mis desayunos eran frugales, un café y un zumo, suficiente para fumar con gusto el primer cigarrillo del día.

Como todos los días consulte mi correo electrónico, y entre tanto email publicitario, estaba el de mi amigo Quino.

-¿Cómo estás?
Besosss

Y adjuntaba un vínculo a alguna dirección.

La dirección me llevó a una noticia de un periódico de provincias.

Un hombre es perseguido por los bomberos y la policía en una espectacular escena sobre los tejados de la catedral.

La noticia estaba acompañada por un excelente reportaje fotográfico de una parte desconocida de aquel templo gótico, que parecía alzarse al cielo.

Piedras blancas y limpias, agujas puntiagudas rodeadas de bolas de piedra y personajes pequeños tallados sobre la piedra. Pequeñas escaleras misteriosas que ascendían hacia lo más alto, y al fondo un cielo azul nítido e intenso. Pocas cosas he visto más bellas que los tejados de una catedral gótica. Desconozco los nombres técnicos de los elementos arquitectónicos, pero conozco la emoción intensa de mirarlos y sentir que en una época en la que no había artistas, se llegó al corazón del hombre y casi al de Dios.

En las fotos había un hombre. Un hombre en la lejanía que miraba todo desde lo más alto. A veces estaba tranquilo, sólo contemplaba como un juez, en otras fotos hacía gestos insultantes, como en una en la que con el dedo corazón hacia arriba mandaba a todos a la mierda o a otro sitio peor.

Al final del reportaje, el hombre fue derrotado y detenido, y un bombero le daba una palmada cariñosa en la espalda. Fue liberado, porque la detención había sido llevada a cabo más bien con el fin de salvarlo de si mismo.

Al principio no me di cuenta, creí que era un desconocido, pero resultó que yo había conocido a aquel hombre. Era el lagartijo.

Habían pasado más de veinte años, pero visto con detenimiento apenas se había modificado su rostro. La piel más dura y seca, alguna arruga profunda pero aquellos ojos seguían siendo los mismos. Unos ojos malévolos y descarados, que podían llegar a amedrentarte, pero si te fijabas bien acababan perdidos en una mirada inaccesible.

La lluvia seguía oscureciendo el mundo a mí alrededor. Me sentí triste, ausente.

Sería aquel ruido monótono en los cristales, sería que el pasado también me dolía, fuera por lo que fuere, dejé de encontrarme bien, deje de sentirme refugiada por la lluvia en aquella ciudad que hacía unos minutos había sentido protectora.

Me distraje con los periódicos online, siempre las mismas idioteces. La verdad es que cada vez sentía mas intolerancia hacia aquellos personajes que se erigían en nuestros guías mediáticos. Y sobre todo cuando disfrazaban su ambición de bondad y ansia de bien general. Menudos imbéciles.

Yo ya no me creía nada. Pero me entretenía desfogando mi rabia en algún foro, como quien juega a matar marcianitos.

En realidad, no me interesaba nada de todo aquello. No sabía por qué lo hacía. Probablemente era que en aquel entonces aun esperaba algo.

La lluvia amainó y salí a pasear bajo los árboles del parque. No había nadie, excepto algún perro con dueño y yo misma bajo los tilos.

¿Fuimos amigos? No. Pero estuvo en mi entorno unos cuantos veranos.

Él había creído en nosotros, a su manera sintió que éramos sus amigos. Un día fue a buscarnos a aquella esquina, tenía la camisa llena de sangre, le habían dado un navajazo. Pidió nuestra ayuda. Ni siquiera lo miramos.

Le vi alejarse, sólo, cabizbajo.

No hay comentarios: