El VIEJO ATLAS
Hoy cuando llegue a casa de mi hermano mayor encontré un montón de libros apilados en el pasillo, acababan de instalar una librería nueva y aprovechaban el momento para deshacerse de algunos libros; de pronto me acorde del viejo atlas, no estaba en el montón, de modo que pregunté por él, mi hermano no lo recordaba con tanto cariño como yo, quizás por eso no sabía en que momento lo había perdido. No pude evitar sentirme desilusionada.
Aún hoy cierro los ojos y veo las viejas pastas de cartón verde con las esquinas desgastadas.
Creo que durante mi infancia nada alentó tanto mi imaginación como ese atlas. Recorría con el dedo los mapas deteniéndome en aquellos nombres que me resultaban familiares, por haberlos escuchado antes.
Entre todos los continentes el que más llamaba mi atención era África; Kenia, Tanzania, el Congo belga, estos países me transportaban a un mundo, donde la vida estaba hecha de aventuras.
En aquel tiempo yo iba a un colegio de monjas, y cada año coincidiendo con el Domund nos explicaban lo importante que era llevar la salvación a otros niños como nosotros, para ello nos reunían en el salón de actos y pasaban una película en superocho, donde aparecían varias hermanas y a un sacerdote navegando en piragua por el río Congo. Iban hacia un poblado donde estaba la misión. Tras desembarcar un grupo de hombres negros les esperaban, después se veía la escuela, una choza amueblada con unos bancos de madera y una pizarra, eso era todo.
Y yo deseé vivir allí.
Por la noche busque aquel río, me costó un poco encontrarlo, lo seguí emocionada, desde su nacimiento hasta la desembocadura en el Océano Atlántico, sin duda era un gran río.
Años más tarde leyendo a Conrrad, recordé aquel momento.
Estoy segura de que las películas de Tarzán, también contribuyeron a alentar mi sueño, aquellas viejas cintas en blanco y negro, vistas una y otra vez, llegaron a formar parte de mi vida.
Buscaba en el mapa Nairobi, Kampala pensaba: son lugares reales, más allá de la fantasía y en algún momento llegaré hasta allí.
En los días de lluvia, cuando no nos dejaban bajar a la calle, mis hermanos y yo jugábamos a adivinar las capitales de los países. Alejandro era el más rápido, ganaba siempre que se trataba de Europa o América, pero no en África, África era mi territorio.
Pasaron los años y dejé de ser una niña, olvidé las misiones y también las películas de Tarzán.
Un verano estando en una terraza con unos amigos, uno de ellos comentó que había contratado un viaje a Tanzania, mi cara se iluminó y en un segundo comencé a revivir aquellas felices sensaciones de la infancia, miré a mi marido y le dije:
- ¿Por qué no vamos nosotros también?
Su respuesta fue un no rotundo, sin fisuras. Y mi alegría se evaporo tal como había llegado.
Quizás por eso cuando, cuatro años más tarde, nos separamos y llegó el verano sentí que había llegado el momento de ir a África. Volví a mirar los mapas con la emoción de entonces, cuando el mundo estaba aún por descubrir y yo desde mi colina lo contemplaba, segura de que bajaría a tomar lo que me pertenecía.
Carmen
miércoles, 28 de abril de 2010
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