jueves, 29 de mayo de 2008

Homenaje y ÁNIMO a Antonio Sanchez

TAÑIDOS DE CAMPANA por Antonio Manuel Sánchez Diego

No dejes pasar el momento fugaz, en que palpita la existencia en un instante, en que sientes tu cuerpo y no añoras nada, porque estás consciente. Yérguete a la cima del camino y párate, verás el horizonte teñido de tiempo, de un tiempo presente. El horizonte no tiene color definido, solo tiempo que no pasa; no hay final en él, solo un destino incierto, atractivo y desafiante. Quien lo mira, trata de descifrar sus entrañas, su densidad y espesura que no deja ver el final. Pero ese es el precio de su belleza que, como todo lo bello, se acerca para que te asombres, zarandeándote con la suavidad de unas aguas estancadas. Déjate zarandear por su inmensidad que es única, como todo aquello que resplandece callada y majestuosamente en el recuerdo.



Aquel día, estaba yo tomando una copa de vino tinto en una cafetería, mis manos la tenían cogida por el pie estilizado que sale de su base, haciéndola girar en una y otra dirección, al tiempo que miraba atentamente su contenido color nazareno. Observaba la corona que forma la superficie del preciado brebaje junto al cristal en su parte interior y buscaba inconscientemente a través de su transparencia el fondo de la misma. En este preciso instante percibí su olor, era un olor penetrante y agradable que estuve saboreando un buen rato. Luego me fui dando cuenta de que ese olor me iba descubriendo algo que no acertaba a comprender y a base de pensar que me estaba ocurriendo, vino a mi memoria un recuerdo de mi niñez. El olor había despertado mi memoria.: Yo era un niño que no había llegado aún a la adolescencia cuando me enseñaron en mi casa a graduar el vino que llegaba a nuestros almacenes procedentes de otras bodegas. Era un voto de confianza que, a mi personalmente, me daba seguridad. Y me aplique a tal tarea con tanta disciplina que llegué a poder discernir lo que era mejor y lo que no lo era tanto. Aprendí a oler el interior de las cubas para saber su estado y a mirar a través del cristal de los vasos la transparencia de los diferentes colores. Aprendí a graduar el vino y creo yo que algo mas que el vino que solo olía y miraba. Yo creo que aprendí a discernir el vino y a disfrutar de otras cosas, como por ejemplo la del silencio que provocaban los catadores a la hora de la prueba.

El olor de la copa de vino que estaba mirando en este momento, estaba produciendo en mi una transformación. Sonó tan intensamente dentro de mi el eco interior que, el silencio de fuera me parecía un estruendo. Inmóvil, casi imperceptible a mis movimientos, me puse a escuchar el sonido intangible de mis sensaciones. No quería salir de él, no quería volver atrás, no quería la diversidad, solo deseaba, si es que podía, el vacío insoslayable de la unidad.

Escuché con atención, escuché una y otra vez la vibración interior y siempre aparecía el olor embriagador de la verdad lejana. Pero, sabiéndome aún no consciente de ella, escudriñe por el camino de la silenciosa soledad por si podía discernir alguna claridad. Y así me aparecieron imágenes de aquellos tiempos, imágenes encantadoras e inolvidables, como las del anciano que me visitaba casi todas las tardes a tomarse en mi compañía un vaso de vino que yo le regalaba a cambio de su compañía. Algo inclinado por la leve cojera que le obligaba a llevar bastón, transmitía a través de su mirada la sabiduría de los años vividos. Sus ojos llorosos contenían lágrimas en sus párpados que los convertían en claros y serenos. Yo recuerdo su mirada en este momento como si fuera ayer, por su autenticidad, por su elegancia, por su aceptación, y digo aceptación porque nunca le vi caer las lagrimas que se mantenían en equilibrio con su vida. Tantas otras imágenes se sucedían cada vez que percibía el olor, si bien persistía la del anciano.

Giré la copa con fuerza suficiente cómo para que el vino adquiriese un movimiento circular y de vaivén que, le hacía subir y bajar de una parte a otra cómo si se tratara de una ola. Me quedé mirando la oscilación del movimiento que no cesaba pero, al disminuir su inercia, lo hacía de tal manera que creó un ritmo de sosiego creciente en mi, conforme iba consiguiendo su forma plana de equilibrio. Cuando lo consiguió, me quedé estático, mirando al fondo de la copa a través de la superficie. Yo, había conseguido también un equilibrio a través del vino y su color. Volví a ver al anciano sentado en una cuba junto a mi, nos separaba un vaso de vino al que le faltaban algunos sorbos. La cuba, no era grande, lo que permitía sentarnos con una determinada comodidad. El tapón de corcho que cerraba la boca, sobresalía un poco y él lo tocó con un dedo en una zona especialmente manchada de vino que, se llevó a la nariz para expresar una sonrisa de aprobación.. No dijo nada, solo una sonrisa esbozaron sus labios, inundándole la cara de alegría. Yo, me sonreí también y le acerqué el vaso de vino, invitándole a beber. El lo cogió con sus manos temblorosas y tomó un sorbo, después de haberlo olido. Era la conversación de un niño y un anciano en una bodega, una conversación callada pero, llena de contenido. Aquel lugar, iba a marcar en mi, un antes y un después : El olor del vino, la conversación silenciosa, la sabia mirada de unos ojos serenos y el equilibrio de unas lágrimas contenidas. Todo ello, por nada, solo el destino.



Removí un poco la copa nuevamente, y como si hubiera pasado página vi al anciano representado por detrás, era la imagen de cuando se iba después de despedirse. Su andar era lento y cadencioso como una melodía. La visera calada, la chaqueta y el pantalón de pana acompañaban su cuerpo en cada movimiento con su mirada al frente que yo intuía. Cada paso que daba, hablaba, dibujaba en el suelo el leve rastreo de su pierna mala y según iba desapareciendo de mi vista, veía dibujada en el horizonte su espalda inclinada y la iglesia situada al fondo de la calle. La campana comenzó a sonar para la oración del atardecer, y el ritmo de su sonido, coincidía con los pasos del anciano. Un paso : un sonido; cada movimiento de sus piernas: un balanceo de campana; cada movimiento: un verso; cada balanceo : una canción. Una imagen sencilla para no olvidar, para mantener en el recuerdo. El último tañido de campana, coincidió cuando su cuerpo desapareció en mi pequeño pero querido horizonte.

Miré por última vez la copa de vino, ya no la giré mas, me había bastado su olor para remover mis recuerdos, su color para desvelarlos y de esta forma poder volver a oír algún tañido de campana de mi memoria que yo agradecí.

Antonio Manuel Sánchez Diego

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miércoles, 28 de mayo de 2008

artículo-reseña de Nuria en revistamonelle

"Olvídame y te seré devuelta"
Página Abierta






The Dancer
Por Nuria Fernández
Danzar significa fluir, estar en el cosmos, sentir la complejidad del cosmos tanto como contener el Universo dentro de uno mismo. La forma será el canal. ¿De qué nos vestiremos para la ocasión?
Mostrar el alma. El cuerpo con que se viste el alma, se viste de espíritu. Revelarse a uno mismo o revelar a la humanidad la porción y posición del universo dentro de nosotros. Y romper con las formas preestablecidas, como Shiva en su danza inocente. Y volver si se quiere a ellas, con la mente libre. Y entonces…, cuando se desarrolla la habilidad innata de afinar las sensaciones del cuerpo, cuando la emoción se ajusta ágilmente como suave brisa o torrente eléctrico…, y la mente en ese momento no es más que presencia atenta ante lo que acontece, para ser sensible a las fluctuaciones de la energía, para explorar sus interrelaciones hacia el espacio y la vida, en todas direcciones y hacia el mundo y hacia ti, visible o invisiblemente…, hasta en la pausa…, sabe el momento.
Si sucede así en la obra de cada uno, la obra es la vida misma. Y también si sucede así en la obra creativa, o si sucede así cuando uno danza, o escribe o canta, como es el caso de P.J.Harvey en The Dancer, en una ocasión especial como lo es un concierto en directo y sucede…, que todo se colocó en su sitio justo y apareció la magia.
Allí sentada, frente a un piano, como ante cualquier otro acto sagrado de la vida, revelando lo que la atravesaba, vistiéndose de ese color, vistiéndose de esa vivencia, en ese momento transformada y vertida como una ofrenda, a través de sus túneles singulares. Y entonces todas las constelaciones parecen gravitar alrededor de la ofrenda pequeña. Y siento así que todas las ofrendas de todos los oficios, de todas las personas, vocaciones danzan al unísono. Sin embargo sólo hay un camino: desnudarse.
Esta canción “The Dancer”, pertenece al disco: “To Bring You My Love”. Lo había escuchado muchas veces, pero nunca como cuando la escuché un día, donde mis colores eran similares a los suyos y donde sentía una porción de universo que ella cantaba y no lo hacía para un estudio. Con tanta tanta intensidad y… Vestidas con ese color del universo íntimo, con azules, rojos, negros…, diciendo: estás dentro de mí y vuelas…
Sobretodo deciros para quién no la conozca todavía, que P. J. Harvey es una de las voces más potentes, personales y adictivas del rock, con una mezcla de femenino y masculino danzante en su androginia. Lo que hace pero que muy bien es INTERPRETAR, aquí lo hizo. Y vi entonces…, a alguien.
Nuria Fernández

The Dancer
he came riding fast like a phoenix out of fire flames
he came dressed in black with a cross bearing my name
he came bathed in light and the splendor and glory
i can't believe what the lord has finally sent me
he said dance for me, fanciulla gentil
he said laugh a while, i can make your heart feel
he said fly with me, touch the face of the true god
and then cry with joy at the depth of my love
cause i've prayed days, i've prayed nights
for the lord just to send me home some sign
i've looked long, i've looked far
to bring peace to my black and empty heart
my love will stay till the river bed run dry
and my love lasts long as the sunshine blue sky
i love him longer as each damn day goes
the man is gone and heaven only knows
cause i've cried days. i've cried nights
for the lord just to send me up some sign
is he near? is he far?
bring peace to my black and empty heart
so long day. so long night
good lord, be near me tonight
is he near? is he far?
bring peace to my black and empty heart

jueves, 22 de mayo de 2008

Articulo De Francisco Glez. Castro en revista Monelle

Leyendo a Adam Zagajewski por Francisco G.C.

“Amas la palabra igual que un tímido mago ama un momento de silencio?...”Adam Z.
La poesía no puede ser un objeto, ni verbal ni intelectual. Tampoco debería ser una pista de carreras, donde acuciar al talento, aunque en el curso del aprendizaje de su oficio, los poetas no puedan evitar cometer algunos de esos errores. Tal vez, de todos modos, no sean errores, hasta podríamos calificarlos de virtudes, pero lo que no podríamos es concebirlos todavía como poesía.
Un buen poema, por otra parte, no es nunca el resultado de la destreza del poeta. Es también el resultado de su conocimiento y de sus experiencia, de sus emociones, y de si todo eso ha destilado, por lo menos en un instante, en el instante del poema, una plenitud o la belleza, que pueden no ser nada, más que lo que ese instante quiso ser, pero que puede ser también la expresión de una sabiduría.
No obstante, a veces, ni siquiera todo eso nos da el poema, porque el poema es también lo que la vida quiere que sea, y no sólo lo que el poeta puede darnos.
Por último, queriendo escribir un buen poema, alguna gente se esfuerza hacia arriba, porque creen que sólo se trata de subir más alto (más alto que algún otro), cuando en realidad deberían esforzarse hacia abajo. Verás, le diría, no hay la manera de ser algún otro, que la de ser ese otro, y no hay la manera de expresar conocimiento o sabiduría, si no se ha alcanzado sabiduría o conocimiento, lo cual precisamente no puede alcanzarse, porque la verdadera sabiduría o conocimiento es algo que se filtra, más bien que se alcance, y cuando se filtra, es que está sucediendo algo muy importante, muy profundo dentro de nosotros. En cualquier caso, cuando queremos alcanzarlo, como se alcanza lo demás, tampoco nos estamos portando con mucha sabiduría.
Tampoco la sabiduría es un objeto.
Y la humanidad? Para algunos, sencillamente, no llegará nunca, o ellos tendrán que vivir otra fase de eso que llamamos humanidad. Se puede alcanzar, por ejemplo, la humanidad de Machado? O la de Zagajewski?
Benditos sean los poetas con la humanidad de Machado y la de Zagajewski, la profundidad que ellos han sedimentado, la emoción sedimentada de la que ha parecido surgir la alegría o la melancolía clara de sus poemas. Bienvenidos poetas como ellos en los que la conciencia casi parece fundirse o confundirse con la llama serena de la compasión.
La compasión, la serenidad, la melancolía (la mejor especie de melancolía, la que va con la mirada), nutren y originan los poemas de Zagajewski. Sus versos surgen de esa mirada:
“La tormenta tenía dorados cabellos manchados de negrura y gemía monótona como una mujer vulgar que da luz a un futuro soldado, quizás a un tirano.
Las inmensas nubes, buques de varios pisos, nos rodeaban, y los hilos escarlatas de los relámpagos se movían rápidos y nerviosos.
La autopista se transformó en el Mar Rojo. Íbamos por la tormenta como por un abrupto valle. Tú conducías; te miraba con amor.
No siempre, sin embargo, ha sido así. Zagajewski nació en Polonia (Lvov, 1945, hoy en día Ucrania), y las circunstancias políticas de su época y de su país determinaron su inicial postura poética, crítica y de compromiso. Pero más adelante se sintió “limitado” por ese tipo de poesía, lo que coincidió con su salida de Polonia, y entonces descubrió la “alegría” de un tipo de escritura más personal, de una poesía que, en sus propias palabras, “acaba siendo la ciencia de lo cotidiano”. Más tarde, diría también: “la poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas”.
Algo de esa mirada de Zagajewski parece surgir también de su condición de exiliado o de viajero. Los paisajes, los seres humanos, las cosas, incluso los acontecimientos, parecen flotar como nubes que transportan recuerdos unas veces, alimento inmediato otras, tal vez ese alimento espiritual que transporta lo contemplativo, y donde la obra de arte se transforma también en un medio vivo de acceder al sentido más sublime de “esa ciencia de lo cotidiano”. En resumen, la cultura, lo que habitualmente llamamos así, renace en ese contacto fugaz y sin prisas de las cosas con el viajero.
Es otra característica de la poesía de Zagajewski: la ausencia de prisas y, sin embargo, la fugacidad, el movimiento, el sentido de la pérdida, que hay en el exiliado, no sólo de su país, sino también de una parte importante de su memoria y de su tiempo, ahora compensado por una pluralidad de imágenes en imperfecta rotación, que acaso tiene mucho que ver con la belleza, con una belleza que parte y que a la vez no descansa.
Tal vez sólo en la totalidad, pero entonces ya no es sólo belleza. Zagajeswski también acierta al describir esto:
La música que escuchaba contigo en casa o en el coche o incluso durante un paseo no siempre sonaba tan pura como quisieran los afinadores de pianos; a veces se inmiscuían voces llenas de pánico, de dolor, y entonces aquella música era mucho más que música, era nuestro vivir y nuestro morir.
Poemas de Adam Zagajweski extraídos de los siguientes libros:“Deseo”, Ed. El Acantilado, traducción de X. Farré.“Antenas”, Ed. El Acantilado”, traducción de X. Farré.
Francisco González Castro
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Despedidas no pedidas

Marta se fue de momento. Mónica se fue y no sabemos si en la proxima vuelta el mundo nos la devolverá. Se va Verónica, pero solo media, la otra media siempre fue y será de aquí.




MEDIA VERÓNICA.-



Dice el viejo saber africano
que hay dos tipos
De muertos.
Los que todavía conservan personas que les recuerdan
En la tierra.
Y estos no son auténticos muertos.
Y los que ya han perdido todas las conexiones con la tierra que les vio nacer.
No hay nadie que les recuerda y les rece,
O les cante canciones, o lleve flores a su tierra
Acogedora.

Ella era frágil y de una espiritual carnalidad.
Yo pensé siempre que eso de que quien muere
Está más presente que cuando estaba vivo era un tópico:
Pero ahora con ella se que es verdad hasta lo más profundo
Que una verdad puede llegar, o más aún.

Y ahora otra chica se nos ha ido triste y con las prisas
De los que se despiden demasiadas veces,
Para no apurar demasiado el sufrimiento y apuñalar
La salud propia.

Pero en esto de las despedidas, siempre,
La peor parte se la lleva el que se queda.
Pero el mundo es redondo y gira, gira:
Como el pelo de la chica que se va.
Quizá en una de esas locas vueltas
Nos volvamos a encontrar y a despedir.
Y la mitad de ella, por lo menos,
Siempre estará con nosotros.
Era cierto, ahora es de verdad
Cuando empiezo a añorarla
Y por eso, en una magia surreal,
Está cerca, aquí, conmigo, con todos.





Álvaro Pérez
2008-05-22