jueves, 22 de mayo de 2008

Articulo De Francisco Glez. Castro en revista Monelle

Leyendo a Adam Zagajewski por Francisco G.C.

“Amas la palabra igual que un tímido mago ama un momento de silencio?...”Adam Z.
La poesía no puede ser un objeto, ni verbal ni intelectual. Tampoco debería ser una pista de carreras, donde acuciar al talento, aunque en el curso del aprendizaje de su oficio, los poetas no puedan evitar cometer algunos de esos errores. Tal vez, de todos modos, no sean errores, hasta podríamos calificarlos de virtudes, pero lo que no podríamos es concebirlos todavía como poesía.
Un buen poema, por otra parte, no es nunca el resultado de la destreza del poeta. Es también el resultado de su conocimiento y de sus experiencia, de sus emociones, y de si todo eso ha destilado, por lo menos en un instante, en el instante del poema, una plenitud o la belleza, que pueden no ser nada, más que lo que ese instante quiso ser, pero que puede ser también la expresión de una sabiduría.
No obstante, a veces, ni siquiera todo eso nos da el poema, porque el poema es también lo que la vida quiere que sea, y no sólo lo que el poeta puede darnos.
Por último, queriendo escribir un buen poema, alguna gente se esfuerza hacia arriba, porque creen que sólo se trata de subir más alto (más alto que algún otro), cuando en realidad deberían esforzarse hacia abajo. Verás, le diría, no hay la manera de ser algún otro, que la de ser ese otro, y no hay la manera de expresar conocimiento o sabiduría, si no se ha alcanzado sabiduría o conocimiento, lo cual precisamente no puede alcanzarse, porque la verdadera sabiduría o conocimiento es algo que se filtra, más bien que se alcance, y cuando se filtra, es que está sucediendo algo muy importante, muy profundo dentro de nosotros. En cualquier caso, cuando queremos alcanzarlo, como se alcanza lo demás, tampoco nos estamos portando con mucha sabiduría.
Tampoco la sabiduría es un objeto.
Y la humanidad? Para algunos, sencillamente, no llegará nunca, o ellos tendrán que vivir otra fase de eso que llamamos humanidad. Se puede alcanzar, por ejemplo, la humanidad de Machado? O la de Zagajewski?
Benditos sean los poetas con la humanidad de Machado y la de Zagajewski, la profundidad que ellos han sedimentado, la emoción sedimentada de la que ha parecido surgir la alegría o la melancolía clara de sus poemas. Bienvenidos poetas como ellos en los que la conciencia casi parece fundirse o confundirse con la llama serena de la compasión.
La compasión, la serenidad, la melancolía (la mejor especie de melancolía, la que va con la mirada), nutren y originan los poemas de Zagajewski. Sus versos surgen de esa mirada:
“La tormenta tenía dorados cabellos manchados de negrura y gemía monótona como una mujer vulgar que da luz a un futuro soldado, quizás a un tirano.
Las inmensas nubes, buques de varios pisos, nos rodeaban, y los hilos escarlatas de los relámpagos se movían rápidos y nerviosos.
La autopista se transformó en el Mar Rojo. Íbamos por la tormenta como por un abrupto valle. Tú conducías; te miraba con amor.
No siempre, sin embargo, ha sido así. Zagajewski nació en Polonia (Lvov, 1945, hoy en día Ucrania), y las circunstancias políticas de su época y de su país determinaron su inicial postura poética, crítica y de compromiso. Pero más adelante se sintió “limitado” por ese tipo de poesía, lo que coincidió con su salida de Polonia, y entonces descubrió la “alegría” de un tipo de escritura más personal, de una poesía que, en sus propias palabras, “acaba siendo la ciencia de lo cotidiano”. Más tarde, diría también: “la poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas”.
Algo de esa mirada de Zagajewski parece surgir también de su condición de exiliado o de viajero. Los paisajes, los seres humanos, las cosas, incluso los acontecimientos, parecen flotar como nubes que transportan recuerdos unas veces, alimento inmediato otras, tal vez ese alimento espiritual que transporta lo contemplativo, y donde la obra de arte se transforma también en un medio vivo de acceder al sentido más sublime de “esa ciencia de lo cotidiano”. En resumen, la cultura, lo que habitualmente llamamos así, renace en ese contacto fugaz y sin prisas de las cosas con el viajero.
Es otra característica de la poesía de Zagajewski: la ausencia de prisas y, sin embargo, la fugacidad, el movimiento, el sentido de la pérdida, que hay en el exiliado, no sólo de su país, sino también de una parte importante de su memoria y de su tiempo, ahora compensado por una pluralidad de imágenes en imperfecta rotación, que acaso tiene mucho que ver con la belleza, con una belleza que parte y que a la vez no descansa.
Tal vez sólo en la totalidad, pero entonces ya no es sólo belleza. Zagajeswski también acierta al describir esto:
La música que escuchaba contigo en casa o en el coche o incluso durante un paseo no siempre sonaba tan pura como quisieran los afinadores de pianos; a veces se inmiscuían voces llenas de pánico, de dolor, y entonces aquella música era mucho más que música, era nuestro vivir y nuestro morir.
Poemas de Adam Zagajweski extraídos de los siguientes libros:“Deseo”, Ed. El Acantilado, traducción de X. Farré.“Antenas”, Ed. El Acantilado”, traducción de X. Farré.
Francisco González Castro
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